Una tarde de abril de 1737, Georg Friedrich Handel, "el ingles", se desplomo pesadamente una vez
que entro a su casa de Brookstreet, en el barrio londinense de Grosvenor Square. Tenía 52 años y
había trabajado como un burro. El médico diagnosticó en frío: apoplejía. Handel podía cerrar los pár
pados cada vez que la música tocaba sus oídos , podía musitar unas cuantas palabras y mover los dedos
de sus manos como un enfermo carente de optimismo...y hasta ahí. En contra de la opinión especiali-
zada, se dedicó a tomar baños termales a la medida de un caballo de carreras: nueve horas a merced del
calor y mucho deseos de vivir. Resucitó en pocos meses, dueño de su voluntad.
Los cuatro años siguientes estuvieron marcados por la penuria económica y el hartazgo creativo. El
público le habia dado la espalda y los acreedores llamaban insistentemente a su puerta. Dejó entonces
de componer óperas y se volcó sobre la música coral. Ya antes, algunos oratorios, basados en pasajes del
antiguo testamento habían tenido, gran éxito en Irlanda. Fue en agosto de 1741 cuando salió de su maras-mo y su suerte dio un giro radical. A sus manos había llegado un texto de jennens, un poeta menor que
había colaborado con él en la manufactura de SAULO E ISRAEL en Ejipto. Llevaba por título el
MESIAS. No tenemos un registro pormenorizado de los días trémulos que siguieron a la lectura de
este texto. Sólo sabemos que Handel se encerro en su estudio, presa de una agitación inusual.
Apenas probaba alimento y sólo abandonaba su silla para cantar unas estrofas acompañado del clavi-
cordio.Con la energía de un poseso, concluyo su trabajo en tres semanas, un tiempo espectacular si
tomamos en cuenta la magnificencia de la obra.
Handel estrenó El Mesias el 13 de abril de 1742, en Dublín, ante 700 personas. Se sento al
órgano y , dicen, incluso canto con el coro
Les comparto algo de Roberto Pliego
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